15 de diciembre de 2011

Mi perro me enseña a usar el clicker

Mi perro me enseña a usar el clicker



Es habitual recibir críticas al método clicker. A menudo oímos manifestaciones tales como: “Está muy bien para obediencia, pero tratándose de rutinas más complejas...”


Tengo un cachorro de american pitt-bull terrier de siete meses de edad; como todo cachorro, su actividad lúdica preferida era romper cuanto objeto caía en su poder. Así día a día, la lista se agrandaba cada vez más: manteles, ropa tendida, zapatillas, juguetes de mis hijos, macetas de plástico, etc. Nada escapaba a su creciente curiosidad y ansias de usar sus dientes.

Sin ser clarividente tomé conciencia del problema y me dispuse a solucionarlo. Me dije a mí mismo que con el clicker iba a ser cuestión de unas breves sesiones de adiestramiento para poder sacarle esa aborrecible y cada vez más costosa manía.

Bien, toda vez que era sorprendido destrozando alguna prenda, esperaba a que la suelte, click y premio. ¡Fantástico! Había encontrado la solución. Qué maravilloso este asunto del clicker, que bien funciona, no hay nada que no se pueda hacer con él. Pensaba mientras “Chico” (así se llama mi perro), soltaba un juguete para esperar su trocito de pollo. Con el correr de los días se hizo evidente que su actividad destructora no disminuía sino por el contrario, iba en aumento.

¿Qué estaba fallando? ¿Tenía el cuestionable privilegio de haber descubierto una grieta en el método? ¿Qué hacer con tan trascendental descubrimiento? ¿Divulgarlo? ¿Ocultarlo? Al fin y al cabo uno vive de esto y no es razonable quedarse sin actividad por semejante nimiedad.

Observando más detenidamente encontré la falla. No era del sistema, era mía. Al principio me resistí a creerlo, pues alguien tan experimentado como yo no podía pasar por alto algo tan evidente. ¿Qué ocurría? La pequeña bestia recibía un premio por cada vez que soltaba su imaginaria presa y no por abstenerse de tomarla. Incansablemente recorría la casa y el jardín buscando algo para, literalmente, dejarlo a mis pies y de esta manera recibir su premio.

Esta experiencia me dejó muchas enseñanzas; la principal: Mis motivaciones no necesariamente deben ser las mismas que las del animal. Por lo tanto, hace falta más que “técnica” para adiestrar correctamente con el clicker. Debemos estar atentos a los pequeños cambios, movimientos y manifestaciones que se producen para dirigirlas al fin pretendido. Los perros no saben de nuestros planes, no son adivinos ni telépatas para adivinar lo que estamos pretendiendo de ellos. No comprenden el significado de lo correcto de un ejercicio si no se lo hacemos notar. Si no salta la valla, no ingresa al túnel, no recoge un determinado objeto, ni se sienta correctamente; no es su culpa. Es imposible que conozca de antemano nuestras intenciones.

Por lo expuesto se hace evidente que debemos poner más esmero en las sesiones de adiestramiento. No basta con hacer click cada vez que nuestro can hace algo que nos gusta.

Planifiquemos, concibamos mentalmente cada pauta a enseñar y establezcamos un procedimiento de instrucción que sirva a los fines predeterminados.

Es muy fácil criticar o desestimar el método. Lo más embarazoso es reconocer que no estamos haciendo lo acertado. Si esto no fuera cierto el sistema del clicker no hubiera superado ni siquiera sus comienzos y, permítanme decirles que funciona y ya lleva muchas décadas aplicándose exitosamente en muchas disciplinas y con todo tipo de animales.

Carlos S. Osácar de Urquiza

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